Es curioso observar la disposición de los adultos a aplicar estos mecanismos en sus relaciones con los niños. Gran parte del placer que en general el adulto procura al niño resulta de su cooperación en tales negaciones de la realidad. En la vida diaria suele halagarse al pequeño diciéndole "qué grande eres" y afirmando contra toda evidencia que es fuerte "como el padre", hábil "como la madre", valiente "como un soldado", resistente "como el hermano mayor". Es comprensible que el adulto se sirva de tales transmutaciones de la realidad para consolar al niño. Así sucede cuando a un niño que se ha lastimado se le asegura que la herida "no duele más" o que los platos que le repugnan "tienen rico gusto", y si está afligido porque alguien se ha ido, que "volverá en seguida". Muchos niños inclusive recogen ulteriormente esas fórmulas de consuelo y las aplican de una manera estereotipada a fin de expresar algo doloroso. Por ejemplo, cada vez que la madre desaparecía de la habitación, una niñita de dos años reaccionaba con un mecánico murmullo: "mamá vuelve en seguida". Otro niño (...) cada vez que se le presentaba algún remedio de mal gusto, solía exclamar con una voz lastimosa: "like it, like it", residuo de una expresión que empleaba su niñera para persuadirlo de que las gotas tenían sabor agradable.
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El problema en discusión es el de precisar en qué medida la educación de un niño debe dirigir todo su esfuerzo a partir de su más tierna infancia, induciéndole únicamente en el sentido de la asimilación de la realidad, o hasta dónde es permisible estimular su huída de ella auxiliándole en la elaboración de su mundo de fantasía.
Freud, Anna (s.f.). El yo y los mecanismos de defensa. Buenos Aires, Argentina: Editorial Paidós. Páginas 94 - 97.