Mas la sexualidad infantil así renovada no encuentra ahora las condiciones anteriores. El yo del período infantil precoz no estaba desarrollado, era indeterminado e impresionable y plástico bajo la influencia del ello. Por el contrario, en el período prepuberal muéstrase rígido y firmemente consolidado. Ya se conoce a sí mismo y sabe qué desea. A fin de conseguir la gratificación instintiva, el yo infantil era capaz de súbita rebelión contra el mundo exterior y de aliarse con el ello; pero si el yo del adolescente lo hace, se crea intrincados conflictos con el superyó. Establece de una parte firmes relaciones con el ello y con el superyó de la otra -que es lo que denominamos carácter, lo cual torna inflexible al yo. Sólo persigue un propósito: mantener el carácter desarrollado durante el período de latencia; restaurar la antigua relación entre sus propias fuerzas y las del ello y oponerse con esfuerzos redoblados de defensa a la mayor necesidad de demandas instintivas. En su lucha por preservar su propia existencia inmutable, el yo hallábase por igual impelido por la angustia real u objetiva y por la angustia de conciencia. Emplea indistintamente todos los métodos de defensa, inclusive aquellos a los que nunca recurrió en la infancia ni durante el período de latencia. Reprime, desplaza, niega e invierte los instintos y los vuelve contra sí mismo; produce fobias y síntomas histéricos y reduce la angustia mediante el pensamiento y la conducta obsesivos.
Examinada a fondo esta lucha entre el yo y el ello por la supremacía, se observa que casi todos los fenómenos inquietantes del período prepuberal corresponden a diferentes fases de su evolución. El aumento en la actividad de la fantasía, la satisfacción sexual progenital (sic) -o sea, perversa-, la conducta agresiva y criminal, significan éxitos parciales del ello, al paso que la aparición de las diversas formas de angustia, el desarrollo de rasgos ascéticos, la acentuación de síntomas neuróticos y de inhibición, son la consecuencia de una defensa mucho más vigorosa, es decir, el éxito parcial del yo. Al alcanzarse la madurez sexual corporal y entrar en la pubertad propiamente dicha, sobrevienen los cambios cualitativos de carácter que se combinan con los de índole cuantitativa. Hasta aquí la intensificación de las cargas instintivas era de una naturaleza general indiferenciada. A partir de este momento prodúcese un cambio (...) en la (sic) que los impulsos genitales adquieren las más poderosas cargas. En la esfera psíquica esto significa que la carga de libido es retirada de los impulsos pregenitales y concentrada sobre la genitalidad, y que aparecen representaciones y fines objetivos. La genitalidad reúne mayor importancia psíquica, al paso que las tendencias pregenitales quedan relegadas al segundo plano. Primer resultado de este cambio es una aparente mejoría de la situación.»
Freud, Anna (s.f.). El yo y los mecanismos de defensa. Buenos Aires, Argentina: Editorial Paidós. Páginas 160 - 163.
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