Teoría y Técnica

Teoría y Técnica

25 nov 2015

La identificación con el agresor como etapa intermedia en el desarrollo del superyó


«Un yo que, con el auxilio de este mecanismo defensivo [identificación con el agresor], atraviesa esta particular vía del desarrollo, introyecta las autoridades críticas como superyó y puede así proyectar hacia afuera sus impulsos prohibidos. Tal yo será intolerante con el mundo externo antes que severo consigo mismo. Aprende lo condenable, pero mediante este proceso de defensa se escuda contra el displacer de la autocrítica. La indignación contra los culpables del mundo externo sírvele como precursor y sustituto de sus sentimientos de culpa; y automáticamente se acrecienta cuando la percepción de la propia culpa cobra mayor intensidad. Esta etapa intermedia del desarrollo del superyó corresponde a una especie de fase preliminar de la moral. La moral genuina empieza cuando la crítica internalizada e incorporada como exigencia del superyó coincide en el terreno del yo con la percepción de la propia falta. Desde ese momento la severidad del superyó se dirige hacia adentro en lugar de hacerlo hacia afuera, con la consiguiente disminución de la intolerancia con los demás. Pero lograda esta etapa del desarrollo del yo, éste debe soportar un intenso displacer ocasionado por la autocrítica y el sentimiento de culpa.

Es posible que muchos individuos queden detenidos en esta fase intermedia de la formación del superyó y jamás puedan alcanzar del todo la internalización del proceso. A través de la autopercepción de la propia culpa mantiénense, pues, singularmente agresivos contra el mundo externo. En tales casos, el superyó ostenta tanta intransigencia frente al mundo exterior como para con el propio yo en el proceso de la melancolía. Tales inhibiciones en la formación del superyó acaso correspondan asimismo a una iniciación abortada en la formación de estados melancólicos.

Así como, por un lado, la "identificación con el agresor" corresponde a una fase preliminar en el desarrollo del superyó, por otro parece constituir una fase intermedia en el desarrollo de los estados paranoicos. El uso de la identificación establece la afinidad con las primeras y el mecanismo de proyección la relación con el segundo grupo de fenómenos (...).

La esencial combinación de introyección y proyección, a la que hemos designado como identificación con el agresor, pertenece a la vida normal sólo en tanto el yo se sirva de ella en sus conflictos con las autoridades, es decir, en sus esfuerzos por enfrentarse con los objetos de angustia. Esta misma defensa pierde su aspecto inofensivo y toma carácter patológico si se la transfiere a la vida amorosa. Cuando un marido desplaza sobre su mujer sus personales impulsos a la infidelidad y le hace violentas recriminaciones por su falta de lealtad, introyecta los reproches de la esposa y proyecta un elemento del propio ello. Mas su intención no es la de escudarse contra una intervención agresiva del mundo exterior: busca protección contra la ruptura de la fijación libidinal positiva a la compañera, causada por perturbaciones internas. Según esto el resultado es diferente. En lugar de la actitud agresiva contra un antiguo agresor del mundo exterior, un [paciente] de este tipo adquirirá una fijación en su compañera sexual, que toma la forma de celos proyectados.»

Freud, Anna (s.f.). El yo y los mecanismos de defensa. Buenos Aires, Argentina: Editorial Paidós. Páginas 131 - 133.

4 nov 2015

La identificación con el agresor antes de que suceda la agresión


«Este mismo proceso de transformación opera de una forma más extraña cuando la angustia no se refiere a un acontecimiento pasado sino a uno futuro. En otro lugar referí el caso de un niño que tenía la costumbre de hacer sonar el timbre de su casa con excesiva fuerza. Cuando se le abría la puerta abrumaba a la sirvienta con numerosos reproches por su tardanza y falta de atención. En el intervalo entre el sonar y el estallido de rabia, experimentaba angustia por las posibles censuras de que podría hacérsele objeto por su desconsiderado modo de anunciarse, y antes de que la mucama tuviera tiempo de presentar sus propias quejas, acusábala sorpresivamente. La vehemencia de su indignación preventiva corresponde a la intensidad de su angustia. Tampoco esgrimía su hostilidad contra cualquier sustituto: apuntaba precisamente contra aquella persona del mundo externo de la cual esperaba la agresión. En este caso, la conversión en agredido llegaba hasta su fin.

En la historia de un niño de cinco años que tuvo en tratamiento, JENNY WAELDER ha relatado un ejemplo instructivo de esta especie. Hacia la época en que el análisis se acercaba al material del onanismo y sus fantasías, el niño, antes tímido e inhibido, cayó en un estado de salvaje agresividad. Desapareció su actitud habitualmente pasiva y todo rastro de sus características femeninas. Imaginando ser un león rugiente durante la sesión, atacaba al analista. Llevaba consigo una vara y jugaba al "Krampus", pegaba a la gente en la escalera, en la propia casa y en la sesión analítica. (...) el niño empezó a jugar con los cuchillos de la cocina (...). El trabajo analítico puso en evidencia que la agresividad del niño no respondía a ninguna desinhibición de sus impulsos agresivos. En rigor, hallábase muy lejos aún de una liberación de sus tendencias masculinas. Sólo tenía angustia. El hecho de tornar consciente aquel material y la necesaria confesión de su (...) actividad sexual despertó en él la espera de castigo. Según su experiencia, los adultos se volvían malos cuando descubrían tales prácticas en los niños.

Krampus: demonio que acompaña a San Nicolás según la tradición vienesa y que castiga a los niños malcriados.

Les gritaban, les intimidaban a bofetadas o les azotaban con una vara y acaso también les cortasen algo con un cuchillo. Cuando el niño asumía el papel activo, y rugía como un león o blandía la vara o el cuchillo, no hacía sino dramatizar, anticipándose al castigo temido. Habíase introyectado la agresión de los adultos ante los cuales se sentía culpable y la reconducía activamente contra las propias personas del mundo exterior. Naturalmente, su agresividad aumentaba conforme se acercaba a la comunicación del material peligroso. Poco después del descubrimiento, discusión e interpretación final de sus pensamientos y sentimientos prohibidos, repentinamente dejó en casa del analista la vara de "Krampus", ya innecesaria, que hasta ese momento había llevado constantemente consigo. La obsesión de pegar desapareció al mismo tiempo que la ansiosa expectativa der ser castigado.»

Freud, Anna (s.f.). El yo y los mecanismos de defensa. Buenos Aires, Argentina: Editorial Paidós. Páginas 126 - 128.