Teoría y Técnica

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4 nov 2015

La identificación con el agresor antes de que suceda la agresión


«Este mismo proceso de transformación opera de una forma más extraña cuando la angustia no se refiere a un acontecimiento pasado sino a uno futuro. En otro lugar referí el caso de un niño que tenía la costumbre de hacer sonar el timbre de su casa con excesiva fuerza. Cuando se le abría la puerta abrumaba a la sirvienta con numerosos reproches por su tardanza y falta de atención. En el intervalo entre el sonar y el estallido de rabia, experimentaba angustia por las posibles censuras de que podría hacérsele objeto por su desconsiderado modo de anunciarse, y antes de que la mucama tuviera tiempo de presentar sus propias quejas, acusábala sorpresivamente. La vehemencia de su indignación preventiva corresponde a la intensidad de su angustia. Tampoco esgrimía su hostilidad contra cualquier sustituto: apuntaba precisamente contra aquella persona del mundo externo de la cual esperaba la agresión. En este caso, la conversión en agredido llegaba hasta su fin.

En la historia de un niño de cinco años que tuvo en tratamiento, JENNY WAELDER ha relatado un ejemplo instructivo de esta especie. Hacia la época en que el análisis se acercaba al material del onanismo y sus fantasías, el niño, antes tímido e inhibido, cayó en un estado de salvaje agresividad. Desapareció su actitud habitualmente pasiva y todo rastro de sus características femeninas. Imaginando ser un león rugiente durante la sesión, atacaba al analista. Llevaba consigo una vara y jugaba al "Krampus", pegaba a la gente en la escalera, en la propia casa y en la sesión analítica. (...) el niño empezó a jugar con los cuchillos de la cocina (...). El trabajo analítico puso en evidencia que la agresividad del niño no respondía a ninguna desinhibición de sus impulsos agresivos. En rigor, hallábase muy lejos aún de una liberación de sus tendencias masculinas. Sólo tenía angustia. El hecho de tornar consciente aquel material y la necesaria confesión de su (...) actividad sexual despertó en él la espera de castigo. Según su experiencia, los adultos se volvían malos cuando descubrían tales prácticas en los niños.

Krampus: demonio que acompaña a San Nicolás según la tradición vienesa y que castiga a los niños malcriados.

Les gritaban, les intimidaban a bofetadas o les azotaban con una vara y acaso también les cortasen algo con un cuchillo. Cuando el niño asumía el papel activo, y rugía como un león o blandía la vara o el cuchillo, no hacía sino dramatizar, anticipándose al castigo temido. Habíase introyectado la agresión de los adultos ante los cuales se sentía culpable y la reconducía activamente contra las propias personas del mundo exterior. Naturalmente, su agresividad aumentaba conforme se acercaba a la comunicación del material peligroso. Poco después del descubrimiento, discusión e interpretación final de sus pensamientos y sentimientos prohibidos, repentinamente dejó en casa del analista la vara de "Krampus", ya innecesaria, que hasta ese momento había llevado constantemente consigo. La obsesión de pegar desapareció al mismo tiempo que la ansiosa expectativa der ser castigado.»

Freud, Anna (s.f.). El yo y los mecanismos de defensa. Buenos Aires, Argentina: Editorial Paidós. Páginas 126 - 128.

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